Hace unos días fueron a casa unas amigas de mi hija pequeña y la madre y yo tenemos muy buena relación desde que nuestros mayores eran los mejores amigos del mundo. Pero el tiempo pasa, todo cambia, los niños crecen. Así que fue bonito volver a compartir un café en el calor de un hogar y no contando los minutos en una cafetería haciendo tiempo a que los peques salgan de alguna actividad extraescolar.

Y en esa tranquilidad tocamos el tema de cómo habíamos vivido la pandemia, lo que nos quito y aportó la cuarentena. Y es curioso, me decía que ella y su familia estuvieron más felices y unidos que nunca y que aunque me parezca raro, ella pagaría porque por ley, tuviéramos aunque sea tres semanas de cuarentena al año.
Que en aquel tiempo estábamos más sosegados y con menos estrés, no teníamos que ir a lo loco, con un niño y otro de arriba para abajo, el trabajo, la compra, la casa, etc.

Este ratito de conversación me llevó a reflexionar sobre sus palabras y aunque es una realidad palpable que cada uno ha vivido la cuarentena como ha podido, sin olvidar el dolor y la tristeza de tantos hechos que pasaron en tan poco tiempo, siempre quedan cosas positivas. Esas largas tardes metidos todos en la cocina embarrados de harina haciendo todo tipo de bizcocho existente cuando cocinar juntos era impensable o esas otras tardes de maratón de juegos de mesa, muchos que solo eran tocados por el polvo y visitado por alguna telaraña antes de la cuarentena, porque no jugábamos, porque nunca teníamos tiempo.

Y es así, vivimos en una vida ajetreada donde vamos todo el tiempo corriendo de un lado a otro, con los semáforos en verde, siempre. No paramos, ni reparamos en saber cómo está el prójimo. Hemos vuelto al egoísmo latente del ser humano, a ese individualismo que nos corroe, a ese oír para responder y no escuchar para comprender. A esos momentos de “niño vete a tu cuarto con la tablet que estoy viendo el partido” . A esas aspas encendidas con el motor a tope de esos padres helicópteros como se les denomina ahora.

Es cierto, nadie niega que los meses de cuarentena fueron de desconcierto, de sufrimiento, angustia, desolación, pérdidas, de dolor, pero tampoco podemos negar que nos regaló un tiempo maravilloso para descubrirnos, para amarnos, para la lectura, para compartir tiempo de calidad con los que más queremos, por eso no me extraña que más de uno recuerde con cariño y hasta ansíe aquella pausa que nos regaló la cuarentena.

Por: María Piña