Los drones entraron en la opinión pública mundial a finales del siglo XX, al protagonizar noticias fundamentalmente vinculadas con acciones militares de bombardeo en países del cercano oriente. Sin embargo, es sólo a partir del año 2010 cuando comenzaron a volar con profusión pequeños drones cuadricópteros equipados con cámaras, sistemas de navegación y posicionamiento satelital, pero dedicados fundamentalmente al entretenimiento y al uso profesional incipiente en producciones de cine, video y fotografía.

Vendidos por millones inicialmente como ‘juguetes’ para niños mayores de 13 años, comenzarían entonces a verse estos pequeños ingenios voladores pilotados a distancia, ejecutando maniobras precisas desde cualquier sitio, mientras brindaban imágenes increíblemente nítidas y perspectivas que difícilmente podían obtenerse con aeronaves tripuladas.

Ya en los años veinte de este siglo, estas pequeñas aeronaves siguen mostrando sus notables cualidades, versatilidad y polivalencia para ejecutar tareas civiles e importantes misiones militares, hasta convertirse en nuestros días en una herramienta con beneficios insoslayables. Igualmente, muchos países y empresas de todos los tamaños han entrado en la lista de desarrolladores y fabricantes de drones, e incursionan en un lucrativo negocio que no cesa de crecer. Ya no estamos hablando solamente de grandes empresas como la estadounidense General Atomics (fabricante del famoso MQ-1 Predator), o de la gigante china DJI, empresa líder en el mercado de los drones de entretenimiento (fabricante del Phantom y del Mávic), sino que países y empresas mucho más pequeñas y con mucho menos recursos han estado desarrollando drones con fines militares para misiones de reconocimiento, designación de blancos, transporte logístico o para realizar ataques altamente precisos, además de drones para usos civiles en trabajos agrícolas, construcciones de obras, fotogrametría, inspecciones de alto riesgo, minería, entrega de paquetes, búsqueda y rescate, seguridad, control de inventarios, apagafuegos, salvavidas y taxis aéreos, tareas en las cuales han venido demostrado su valor para optimizar procesos, disminuir costos, reducir riesgos y aumentar la productividad.

En nuestro país, más allá del aumento del número de aficionados a los drones, la tendencia al crecimiento de operadores registrados ante la Aerocivil para realizar trabajos aéreos con drones es evidente. Actualmente hay 1652 operadores registrados (en 2017 eran menos de un centenar), y cada vez es mayor el número de profesionales que buscan potenciar su perfil de cara a un mercado laboral altamente competitivo. Así mismo, la ‘ola’ de los drones-herramienta también ha impactado territorio colombiano, donde empresas vinculadas al mundo militar y pequeñas empresas civiles incursionan en el desarrollo y fabricación de drones ‘camelladores’.

En Colombia, la Corporación de la Industria Aeronáutica Colombiana (CIAC S.A), empresa vinculada al Ministerio de Defensa, construye el dron de vigilancia “Quimbaya” para la Fuerza Aérea Colombiana. Mientras que, entre las empresas del mundo civil, destaca Maxdrone Colombia (con sede en Barranquilla, Atlántico), empresa que desarrolla el dron de carga anfibio ‘Escarabajo’ con el cual realizará este año pruebas de entrega de paquetes (puerto-buque y buque-puerto) en la principal terminal marítima de la República de Corea, el puerto de Inchon.

Estas experiencias ilustran un panorama prometedor y constituyen un aliciente para que surjan nuevos emprendimientos y se desarrolle el ‘ecosistema’ necesario para el cabal desenvolvimiento de estas tecnologías. Por ahora habrá que esperar por nuevas regulaciones que impulsen este tipo de desarrollo y sepan interpretar la magnitud del ‘fenómeno dron’ y su revolucionaria irrupción en la cotidianidad de nuestras vidas.