Aquel misterioso hombre con apariencia desaliñada, cabello negro largo hasta el cuello, de tez morena, vestimenta descuidada, con una mirada penetrante y dispersa al estilo de Hannibal Lecter despertaba en los residentes de San José de Barlovento, estado Miranda en Venezuela, una inquietud y sospecha.

Su forma de vida era de un ermitaño que pasaba sus noches y días en una finca de la región, apartado de la urbe, en medio de malezas y vegetación.

En aquella finca descuidada de paredes blancas, con una piscina en su entrada y un carro, que había sido quemado, a un lado, con estructuras de madera corroída, moraba el llamado “pintor comegente de Barlovento”.

Su sitio de reposo era en un cuarto grande abandonado de este lugar, donde dormía en una colchoneta y en el día se colocaba en la entrada principal del sitio a realizar artesanía y pintura en lienzo.

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La llegada

“El pintor comegente” no provenía de aquel poblado de “tierra ardiente y del tambor”, sus andanzas lo habían llevado a varios lugares, desde que salió del estado Yaracuy cuando fue denunciado por violencia en 2015.

La gente que lo había visto en Miranda no sabían de dónde era originario aquel hombre, quien había decidido vivir su vida apartado de la civilización. Antes de llegar a la finca había pisado el sector Las Palmitas de Río Chico, un poblado que forma parte de Barlovento.

En ese sector pernoctaba en un container, que estaba abandonado entre la maleza, en medio de la podredumbre y las condiciones deplorables. Un vecino que pasaba por aquel sitio le decía que no podía vivir en ese lugar, pero él lo seguía haciendo.

Pasó algunos días viviendo en el container hasta que fue desalojado por la comunidad luego de encontrarse con un hallazgo perturbador. Este hombre había sido señalado de matar a un caballo, comer partes de su carne y realizar artesanía con su piel, por lo que tuvo que irse de la zona.

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La desaparición

Al irse del sector consiguió morada en una finca de Barlovento, que era propiedad de Lisandro Rosales García, un abogado y también pintor, que había dejado su vida en la ciudad para internarse en el boscaje, que rodeaba su propiedad.

Luego de un tiempo de permanecer en esa finca, a los vecinos les extrañó tener días sin ver a Lisandro, por lo que denunciaron la desaparición en la subdelegación del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc) de Río Chico.

Los funcionarios al conocer la denuncia acudieron a la finca de Lisandro, donde se encontraba Luis Alfredo González Hernández, llamado “el pintor comegente”.

Con una actitud apacible, este hombre se encontraba en la entrada de la finca cuando los funcionarios llegaron para investigar. Los detectives le preguntaron: “¿Dónde está Lisandro?” Y él contestó: está de viajen a los Estados Unidos y me dejó cuidando”. Algo que no dudaron en refutar y comenzaron a realizar la inspección técnica del lugar.

En una lámina de zinc, los investigadores se toparon con el primer hallazgo perturbador. En este material para la construcción, que estaba situado en el piso en la entrada de la finca, se encontraban restos óseos humanos, al igual que cerca de la piscina y en otros puntos de la propiedad. Asimismo, se encontraron cuadros de diferentes tamaños, una carta de amor que había escrito Lisandro y la cédula y el “Carnet de la Patria” de una mujer.

Ante aquellas evidencias Hernández reveló a los funcionarios que había asesinado, descuartizado y comido parte de los restos de Lisandro para luego con su sangre realizar pintura. Alegó que lo había hecho porque la víctima se lo había pedido, debido a que estaba enfermo con cáncer.

El llamado “pintor comegente” fue llevado a la subdelegación del Cicpc en Higuerote, donde se le realizó un extenso interrogatorio  para conocer porqué había cometido el crimen, pero nunca lo dijo. “Él es un hombre inteligente supo manejar con inteligencia las preguntas y evadirlas”, contó a El Cooperante una fuente que lleva la investigación.

Se logró conocer que el “pintor comegente” le dijo a los investigadores tener propiedades curativas con tan solo usar sus manos. Entre los restos humanos  de Lisandro que comió aderezó con mango y sal el hígado y transcendió que le respetó sus brazos porque era con lo que la víctima pintaba.

Para el abogado criminalista Fermín Marmol este hombre presenta un “profundo daño psicoemocionalque debió devenir de su infancia”.  “Pudo ser el abandono de los progenitores, el abuso sexual  o de maltrato que debió presentarse antes de los 7 años, allí se pudo generar el quiebre psicoemocional de este hombre, que dio como resultado un aislamiento, de esquivar las relaciones interpersonales, de llevar un camino solitario, eso conlleva a no tener contacto visual con otras personas, es una conducta totalmente asocial, en cuanto a utilizar sangre de su víctima para pintar eso manifiesta que trata de mantenerlo presente, de revivir al fallecido llevándolo al plano de la obra artística”, manifestó.