Este domingo 7 de febrero del año en curso, los ecuatorianos acudiremos a las urnas populares a depositar nuestro voto para elegir al nuevo gobernante de la Nación. Bajo una lluvia de promesas que harán historia en la vida política de un país considerado geográficamente como la mitad del mundo, un pequeño estado rodeado de mar, islas, montañas y páramos, 16 personajes ostentan la candidatura bajo un clima de lúgubres matices a consecuencia de  la pandemia del Covid19, y el descontento popular por el tema de corrupción y la inseguridad que vivimos los ecuatorianos.

Sin embargo y a pesar de la herida de su  democracia constituida hace 41 años y  por tantos desengaños en su evolución política, en su credibilidad  ciudadana, desde que en 1979 se inició la fase de gobiernos constitucionales más larga en la vida republicana del Ecuador, el país cerraba una etapa en su vida política y se abría una nueva llena de esperanzas en el futuro de una renaciente democracia.

Hoy por hoy, y ante las expectativas de cambios radicales, en su estructura sociopolítica y   económica, los ecuatorianos se aprestan a dar un voto en las urnas populares, con recelo y a la vez con esperanza, talvéz porque dentro de cada uno hay un grito democrático que se levanta como bandera, símbolo de patriotismo y unidad.

Uno de los fenómenos que todos prometen erradicar es la inseguridad que vivimos los ecuatorianos, la pobreza, y sin embargo esta es la que caracteriza al Ecuador de hoy, basta alejarse unos cuántos kilómetros de la gran ciudad, para poder palpar la carencia que sufre la clase media baja, y pese a que el país  ha sido desde su nacimiento un país eminentemente agrícola, los campesinos han emigrado a las ciudad, y este es uno de los factores que inciden en la desocupación y la delincuencia.

Pero aunque pobreza no es un infortunio, ni una característica natural de la sociedad, la pobreza hoy más que nunca es la historia de la humanidad y de un pueblo que tiene mucho para dar para salir de la crisis moral, económica y social que desafortunadamente hoy la caracteriza.

Ha sido ese el problema de la economía de los últimos años, que ha sido demasiado económica y poco psicológica desde este punto de vista podemos conceptualizar entonces que la pobreza tiene una connotación de antivalores.

Hay una premisa obvia que se olvida: la calidad del alma se manifiesta en la materia. Si hay miseria moral, hay miseria económica, todo proceso económico no es más que la manifestación de la salud o la patología de los miembros que gobiernan un sistema.

«La miseria económica es fruto de la miseria moral»
(Alex Rovira. 1969)

En este contexto  creo que hay que trabajar desde la moral, desde una conciencia elevada, mientras los postulantes y  sus colaboradores  que pretenden dirigir un país, no  tomen conciencia  de a qué y para qué son elegidos, sus propuestas no tendrán resonancia  para llevar a buen término una gestión transparente al servicio de su país.

Por: Lucy Angélica García Chica