El colombiano fue el alma de un Mónaco que nunca se rindió, que jugó de igual a igual y que sobre el final encontró la recompensa a todo su esfuerzo.
A lo largo de los 90 minutos estuvo dispuesto a colaborar tanto en ataque como en la recuperación de la pelota, buscando la esférica y asociándose con sus compañeros.
Su liderazgo quedó manifiesto en cada acción que emprendió en ataque, rematando al arco, sin fortuna, pero reincorporándose rápidamente para no perder la posesión del balón.