En tres años que tengo de amistad con Jonathan Santana Valverde, su historia me ha cautivado. Extensas tertulias por lugares históricos de San José Costa Rica, me ha permitido conocerlo como ser humano. La vida del joven guerrero era como cualquier otra de su edad a los 21 años. Estudiaba, tenían un buen empleo, se rodeaba de buenos amigos, disfrutaba de la lectura y se divertía en actividades sociales los fines de semana. Llevaba una vida normal. Pero un accidente de tránsito en diciembre del 2002 activó una enfermedad congénita que por razones desconocidas, no se manifestó ni en la infancia ni en la adolescencia.
Entre 2003 y 2007, la miopatía (ataca músculos en cuanto a la fuerza y movimiento, no en sensibilidad y funciones de los órganos y procesos vitales) avanzó a tal punto, que para agosto del año 2007 ya era dependiente de una silla de ruedas para salir de su casa y desplazarse a cualquier sitio. El accidente fue un golpe fuerte de un retrovisor de un carro en la parte lumbar de la espalda que despertó la miopatía que estaba inactiva en el cuerpo, para entender esto fue algo así como un corto circuito que fundió los fusibles del movimiento y la fuerza.
Para el joven Santana esta discapacidad adquirida inesperadamente, no fue fácil de asimilar al comienzo. Se vive como un “duelo”. Hay etapas de negación, enojo, depresión y zozobra. La discapacidad no se supera, se aprende a vivir con ella. En sus inicios odiaba su cuerpo, llegó al punto de reclamarle a Dios y a sus ancestros por lo que estaba pasando. Estando en esta condición no quería salir a la calle, perdió a sus amigos, el trabajo, la autoestima y la libertad.
Poco a poco se dio cuenta que el estar en una silla de ruedas no le hacía una persona de segunda categoría. En su caso la silla de ruedas se convirtió en su auxiliar en la vida cotidiana, así como son los anteojos para los que padecen miopía. Y resalta que al igual que una persona que se puede movilizar plenamente, tiene alma, ideas, sueños, temores, deseos de enamorarse, siente hambre, duerme y sufre. No obstante, por prejuicios, algunas personas lo hacen sentir poca cosa. Y proclama que es un hombre digno de respeto, libertad y amor como todos, la única diferencia es que tiene una reducción de fuerza y movimiento, nada más.
Con estos trece años de vivir con una silla de ruedas y la reducción de fuerza y movimiento, dice que no hay límites para personas con y sin discapacidad si se tiene sueños, fe y determinación; y sustenta lo que dice con una frase de Einstein que dijo que “la voluntad es la fuerza matriz más poderosa con que cuenta el hombre”. Porque lo que existen son personas, gobiernos y empresas que ponen obstáculos y trabas para personas con deseos de superarse.
Después de la discapacidad, está por concluir un Diplomado y Bachillerato en Dirección de empresas, da conferencias en Colegios, cuando la gente le escucha o se enteran de sus metas cumplidas le dicen: “Usted es un campeón” “usted es una fuente de inspiración” aunque los elogios son agradables, se pregunta ¿por qué ellos no pueden ser también fuente de inspiración y de ánimo para otros teniendo tantos recursos que él no tiene? Sabiendo que, si no hay un transporte adecuado, una acera sin obstáculos o una persona que lo cargue, hay muchas cosas que no puede hacer o lugares que visitar. Es del concepto que la peor discapacidad que un ser humano puede tener es la indiferencia y el miedo, está seguro de que no puede cambiar el mundo entero, pero si puede cambiarle el mundo a alguien.
En este tiempo de pandemia está dedicado a la lectura, sumado a esto está escribiendo su biografía y echando a andar un blog personal, además una página de Facebook, cuya motivación principal será compartir temas de crecimiento personal y espiritual, también compartir artículos con temas de opinión, positivismo e inteligencia emocional.
Hay muchas personas en su vida que admira, la principal es su madre que la describe como abnegada, que con entrega, fe y amor ha sido la fuerza cuando ha creído que no puede más, a Nick Vujicic, ejemplo e inspiración a seguir, al cantante de música cristiana Julio Melgar por su lección de amor, fe y esperanza en medio de la enfermedad que padeció, al periodista Edgar Silva, por su sensibilidad social y autenticidad, a Alexander Fernández, porque adquirió una discapacidad en la edad adulta, convirtió la “desgracia” en un reto y en un nuevo estilo de vida.
Este ejemplar ciudadano costarricense cree que la discapacidad le ha ayudado a detectar verdaderos y falsos amigos y afectos; le ha dado un “sexto sentido”, lo ha sensibilizado ante muchas injusticias y lo hace valorar la esencia de la vida. Quiere ser una voz de esperanza ante el ruido del pesimismo y la amargura.
Por: Fabio Mendoza Obando
Poeta y escritor Nicaragüense