Varias ONG trabajan sobre el terreno en la provincia Argentina de Tierra del Fuego para recuperar el ecosistema de los estragos que provoca la creciente población de castores. La situación se debe a una decisión tomada hace 70 años, cuando se consideró necesario traer al extremo sur de Argentina una veintena de esos roedores desde Canadá.

El objetivo de la introducción de los castores era «enriquecer la fauna argentina», pero estos animales se convirtieron en una especie exótica invasora. Ahora los proteccionistas reclaman probar métodos de castración para evitar su proliferación, mientras que las autoridades ambientales aseguran que, según los estudios, la única medida efectiva para acabar con ellos es el exterminio.

«El castor se caza», explica el cazador Héctor Izarra. En caso contrario, su comportamiento se hace «tremendo», pudiendo incluso entrar en las zonas urbanas y «atacar en el centro de la ciudad».

«Siempre terminan pagando con las vidas», lamenta la presidenta de la asociación Amigos del Reino Animal Fueguino, Rosana Vélez, en referencia al «animal que sea, y en este caso los castores», «por la ignorancia del ser humano, por la ineficacia de los controles».

Si en el hemisferio norte, que es su hábitat natural, los diques que construyen los castores son beneficiosos para el ecosistema, en el sur estas obras perfectas de ingeniería han provocado una tragedia ambiental. Su acción ha perjudicado a otras especies animales y vegetales, sobre todo a los árboles autóctonos como la lenga (o haya austral), que es su principal alimento y era la especie predominante en las más de 30.000 hectáreas de bosque nativo arrasadas.

Una propuesta cruel.

Para hacerse una idea de las dimensiones del desastre ecológico basta con echar un vistazo a una llanura que antes era un bosque y que tras la introducción de los castores se redujo a un cementerio de troncos muertos.

Sin embargo, siete décadas fueron suficientes para que el aspecto adorable del castor convirtiera a este animal en un personaje que ya es parte de la cultura popular local. Esta popularidad le ha granjeado muchos aliados que son contrarios a su erradicación, lo que complica aún más el trabajo de los ambientalistas.

El proyecto de restauración del ecosistema ha contado incluso con la financiación de Naciones Unidas. Para unos la solución propuesta es cruel y evitable, mientras que otros la consideran igualmente lamentable pero necesaria. Aunque en los métodos discrepen, todos coinciden en una cosa: el castor nunca debería haber pisado estas tierras y es urgente frenar su acción.