La migración ha existido siempre: buscando alimento, refugio, protección del peligro, pero ahora presenta una mayor complejidad en sus movimientos que surgen a partir de distintos escenarios, tanto en su origen, como en recepción y necesitan de un mayor análisis de todos los factores y actores que intervienen para intentar mitigar el dolor que causa ese desplazamiento forzado.
Hemos cambiado el modelo donde se buscaban diferentes planes de integración a basarnos solamente en uno de sus pilares, como es el control de los flujos, sin pararnos a pensar que la inmigración es, además, un reto y una oportunidad, tanto para los inmigrantes como para las sociedades de acogida por sus efectos positivos: mayores ingresos a la Seguridad Social, beneficios en el mercado de trabajo, rejuvenecimiento de la población, aumento de natalidad, enriquecimiento cultural a la diversidad e indirectamente al desarrollo democrático y condiciones de vida de su país de origen. Ese equilibrio nos hará ser sociedades más plurales.
Ahora nos encontramos con dos grandes flujos migratorios: de África a Europa y de Latinoamérica a Estados Unidos, con perspectivas muy similares. Lamentablemente en ambos casos, las personas importan muy poco pues lo único que les interesa son sus recursos. Si ese éxodo masivo fuera de ciudadanos de Arabia Saudí por su continua violación de los Derechos Humanos o de personas israelíes por no querer ser cómplices de crímenes de lesa humanidad de su país, el mundo se movilizaría pues hablamos de los dueños del petróleo y del dinero, pero de latinoamericanos y africanos solo nos importa la riqueza y fertilidad de sus tierras y los inmensos recursos naturales de los que disponen.
Para lavar su imagen, Donald Trump, tiene dos grandes motores maquillados con las siglas de solidaridad y defensa de los Derechos Humanos como son O.E.A. (Organización de los Estados Americanos) y H.R.W. (Human Rights Watch) encargadas de visibilizar las injusticias que se cometen en Venezuela, Nicaragua, etc…pero de enmudecer con la separación y encarcelamiento de menores inmigrantes por los EE.UU., la masacre de yemeníes por los jeques árabes o el bombardeo indiscriminado de Israel a Palestina. Eso a estas dos grandes organizaciones, en teoría, no gubernamentales les importa muy poco pues el soporte económico que el imperio capitalista les ofrece es más valioso que las ideologías morales de proteger a las víctimas. Otra vez el dinero y los recursos y los derechos económicos por encima de los derechos sociales.
Muchas de esas caravanas de inmigrantes salen jugándose la vida por el camino, abandonando su país, seres queridos, incluso sabiendo que las dificultades no se detienen llegando al muro, sino que todavía la muerte les acecha. En algunos casos han tenido que pagar hasta 6.000$ por intentar pasar la frontera. Un dinero que no es suficiente para luchar por una vida digna por el solo hecho de ser inmigrante, víctima de contrabando o tráfico humano, o claramente tener el pasaporte de pobre. Sin embargo a esos jeques que encargan asesinatos a la carta, son narcos, trafican con personas o cualquier otra actividad mafiosas, pero bien remunerada, tienen las puertas abiertas al imperio del capitalismo. Cuando hay dinero es mejor ser traficante que inmigrante, aunque el billete cueste lo mismo.
Lamentablemente, ser pobres no es motivo para activar la protección de los Estados. Eso es lo que nos interesa. Necesitamos continuar con nuestro discurso fascista y racista para no buscar las causas de la inmigración y así seguir expoliando los recursos de Latinoamérica y África con el intervencionismo colonialista de Europa y la América de Donald Trump, ante el silencio del resto. El no dejar en paz a los pueblos a desarrollarse es lo que el imperio considera equilibrio entre persecución y protección.
«Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos.»
Martin Luther King