No aparece en las grandes guías turísticas, y hasta hace no muchos años ni siquiera era conocido por los habitantes de la zona. Sin embargo, todo el mundo coincide en que se trata de una perla; un accidente de la mano del hombre que se convirtió en una auténtica maravilla “casi natural” cerca de Gerlach, en pleno desierto de Black Rock, al noroeste del estado de Nevada, en Estados Unidos.

Se trata del géiser Fly, una fuente termal artificial de aguas subterráneas que no supera el metro y medio de altura, cuya estampa sorprende a propios y extraños. Las tonalidades doradas, ocres, verdes y rojizas de las rocas salpican un paisaje árido, otrora carente de atractivo visual. Y es que su aparición, a mediados de los años 60, transformó el lugar.

Desde entonces, la curiosa estructura calcárea ha permanecido prácticamente intacta. Si cabe, su color, consecuencia de una original combinación de los sedimentos de carbonato cálcico que van dejando las aguas al deslizarse sobre las rocas y de las bacterias y algas termófilas presentes en la zona, ha adquirido mayor intensidad. El estar ubicada en una propiedad privada -el imponente rancho Fly- la salvó de una masificación segura.

Durante este tiempo, las visitas fueron escasas, ya que únicamente era posible entrar en el recinto y contemplarla de cerca con una autorización especial de la propiedad, algo que cambió recientemente.

Su origen

Pero retrocedamos en el tiempo. Era 1917 se descubrió un manantial de agua -sin duda alguna, el bien más escaso y preciado en tierras desérticas-. Tras la euforia inicial, el hallazgo fue desestimado; y el motivo no era otro que la alta temperatura del agua -alcanzaba casi los 100 grados-, lo que impedía que fuera utilizada con fines ganaderos o agrícolas.

El yacimiento fue recuperado del olvido 50 años después, en esa ocasión con fines geotérmicos, pero la iniciativa tropezó con otro imprevisto: las aguas no eran útiles para este objetivo por ser poco calientes, y fue sellado de nuevo.

Algunos años más tarde, y para asombro de todos, el manantial empezó a expulsar de forma espontánea chorros a alta presión a través de distintas vías de escape: había nacido un géiser de lo más singular.

Visitas guiadas

Desde hace un par de años, el rancho fue adquirido por la Burning Man, una organización sin ánimo de lucro que vela por su conservación. Y este año puso en marcha, en colaboración con una entidad local, un programa de visitas guiadas que permiten conocer la zona y acercarse al géiser.

El tour, que no tiene un precio de entrada establecido sino que incentiva las donaciones, se realiza en grupos reducidos de hasta 20 personas. En tres horas se recorren cuatro áreas que atraviesan los distintos puntos de interés, manteniendo, sin embargo, una distancia no invasiva. En otras palabras, quienes se apunten a la experiencia deben olvidar tomarse una foto junto al peculiar manantial, porque la observación se realiza desde una plataforma habilitada.

La medida, lejos de decepcionar a sus visitantes, fue muy bien recibida, ya que asegura preservar el entorno en las mismas condiciones en las que permaneció en el último medio siglo.