El Fast Fashion, definido en término de moda, no es más que la tendencia a comprar mucha ropa, a muy bajo precio y con una frecuencia constante, porque el mundo de la moda nos provee de los famosos cambios de temporada a un precio realmente accesible y «trendy».
Este fenómeno de la moda rápida cumple el objetivo de copiar las colecciones más grandes de diseñador en un tiempo record y por un cuarto del valor real. Así, casas de moda internacional como Versace, que suelen lanzar dos grandes temporadas al año, marcan una tendencia bajo un gran costo de producción. La misión de las tiendas es replicar dicha tendencia y llevarla a todo el mundo sin verse en la necesidad de gastar lo mismo.
Este monstruo que conocemos como Fast Fashion no es antiguo, por el contrario, es demasiado reciente y cada vez más toma lugar en los estratos socioeconómicos bajos, buscando atraer a potenciales clientes que desean verse “carísimos”, como las estrellas de cine y televisión.
Esta tendencia, denominada en Twitter como “ropa para pobres” es la realidad de nuestra ciudad y de nuestro país, donde el público objetivo de las tiendas son las personas que buscan estar a la vanguardia de las pasarelas. Incluso las personas que dicen no estar interesadas, caen en las redes del marketing y terminan pensando que deben comprar más ropa de la necesaria solo para verse bien y lograr ser aceptados.
Por otro lado, muchas veces Fast Fashion se asocia con “moda desechable”, ya que al ser prendas de bajo costo sus materiales también lo son, y por otra parte están diseñados para atender una tendencia y en cuanto deje esta de estar de moda, la prenda igualmente dejará de estarlo, y los consumidores tendremos que salir a comprar otras prendas para satisfacer el deseo (insaciable) por vernos cada vez mejor.
Ya no se trata de lo que ofrecen estas cadenas multinacionales, sino de una forma de consumo que cada vez se acentúa más. Con la misma rapidez con la que cambian nuestros gustos, cambian las prendas y las tendencias a nuestro al rededor. Ante esto, aparecen movimientos como el Slow Fashion (o moda sustentable) que permiten repensar qué y cómo compramos, así como también ser más conscientes de dónde provienen las prendas que usamos.
De esta misma manera, mi invitación es a que pensemos ¿Qué estamos usando? ¿De dónde viene esta ropa y para dónde va? ¿Con que finalidad usamos lo que usamos? Reflexionemos en lo que nos ponemos día a día, para ir creando un mundo sostenible con moda que defina nuestra personalidad, refleje quienes somos, pero al mismo tiempo cuide el mundo que habitamos y sea digno para los trabajadores de estas grandes empresas encargadas de traernos a las vitrinas el famoso Fast Fashion. Comencemos a actuar como si de verdad quisiéramos crear un cambio.
Erika Paola Ardila Palacio. Columnista Colaboradora Periódico El Sol Web. @Fashionjourneybyerika