Democracia en Jaque - El Sol Periódico Digital Colombia

Las redes sociales, alguna vez celebradas como plazas públicas digitales, se han transformado en trincheras virtuales donde la manipulación, el odio y la mentira se disfrazan de libertad. Entre algoritmos oscuros, plataformas sin regulación y ejércitos de bots, la democracia se tambalea al ritmo de likes y retuits, mientras los ciudadanos luchan por distinguir la verdad entre el ruido.

Durante el reciente Festival Gabo, voces como las de María Teresa Rendón, Patricia Campos Mello y Anya Schifrin alertaron con fuerza sobre una verdad incómoda: la ética en redes ha sido reemplazada por intereses económicos y políticos. Peor aún, muchas veces quienes opinan, apoyan o atacan no son ciudadanos reales, sino máquinas programadas para manipular emociones y simular mayorías.

Este no es un problema menor. Niños, escuelas y comunidades claman por regular a las grandes plataformas tecnológicas, mientras estas, las mismas que propagan desinformación y odio, continúan beneficiándose del caos. En Colombia, lo vimos de forma dramática durante el plebiscito por la paz: se mintió con estrategia, se alimentó el miedo, y el no y la mentira vencieron a la esperanza en las urnas.

El algoritmo no es neutral. Está diseñado para maximizar clics, no para proteger la verdad.

Hoy, millones de personas creen estar informadas después de ver cuatro tuits y tres videos virales. En realidad, están atrapadas en burbujas de contenido manipuladas por intereses oscuros que moldean sus emociones como arcilla.

¿Por qué todas las industrias están reguladas, excepto las tecnológicas? ¿Por qué seguimos permitiendo que unas pocas empresas controlen el centro mismo de nuestras relaciones humanas bajo el disfraz de la libertad de expresión? Lo que realmente defienden no es la libertad, sino un modelo de negocio construido sobre la polarización.

El libro “The AI Dilemma: 7 Principles for Responsible Technology”, escrito por Juliette Powell (estratega canadiense-estadounidense en políticas digitales), denuncia cómo las grandes plataformas tecnológicas se blindan con discursos de “progreso y libertad” mientras ganan millones promoviendo ignorancia, odio y división. Cuando se intenta regularlas, son ellas mismas quienes lideran las campañas para impedirlo.

La desigualdad informativa se agrava: quienes tienen recursos pueden pagar por fuentes confiables, pero quienes no, quedan atrapados en un lodazal de desinformación viral, odio impulsado por algoritmos y noticias falsas cuidadosamente diseñadas.

La pandemia, o mejor, la PLANDEMIA, como algunos la denominamos por la manipulación mediática que la acompañó, fue una alerta global: la información, o la falta de ella, puede salvar vidas… o destruirlas.

Hoy más que nunca necesitamos enseñar pensamiento crítico, verificación de datos y alfabetización digital desde la escuela hasta la universidad, desde las comunidades urbanas hasta los rincones más rurales. A esta tarea nos hemos dedicado durante los últimos años desde la Escuela de Formación de Líderes que coordinamos en Santiago de Cali, sin interés económico, guiados únicamente por la convicción de que una ciudadanía crítica e informada y empoderada es la base de una democracia viva.

La opinión pública ha sido secuestrada por máquinas que simulan humanidad. Nos están robando el derecho a decidir con libertad, inundándonos de mentiras disfrazadas de opinión. La democracia no está muriendo: la están asesinando a golpe de algoritmo.

Y la pregunta que queda en el aire —y que todos deberíamos hacernos con urgencia— es esta:

¿Puede el periodismo desafiar la cultura de la desinformación y la tiranía de los influencers?

Quizá la respuesta esté en reconectar con una ética profunda, con la verdad, con el rol social del periodismo como antídoto contra la manipulación.

Aún no todo está perdido, pero cada día que callamos, la democracia retrocede. Cada mentira viral que no se enfrenta, es un paso más hacia la oscuridad.

Y si no actuamos hoy, mañana será demasiado tarde.