Siempre creí que nuestros sueños se pueden hacer realidad si llevamos la vida con perseverancia y enfoque en lo que anhelamos. Soy prueba viva del inmenso poder de atracción que emana nuestra mente, haciendo convertirse en algo palpable hasta mismo aquellos deseos más lejanos. Ya quise trabajar en compañías en las cuales actué, ya conocí ciudades especiales que en pensamiento visité, compré cosas que por mucho tiempo me las negué. Sin embargo, quiero ir más allá y contarles las experiencias distintas que me pasaron cuándo recién me descubrí padre.
Hubo un límite que me atrapaba y estuvo todo el tiempo encadenado en mi interior, una fuerza mayor que me daba temor solo con pensarme en las aventuras de la paternidad. Podría jurarme que esa experiencia me tocaría a los treinta y tantos años, pero la vida se encarga de ponerle las cosas en su lugar. Justo a tiempo una serie de sucesos personales me hizo querer un hijo, así con la intensidad opuesta de aquel sentimiento que me sujetaba el corazón. Por eso no me detengo en decir: el presente es fruto inevitable de lo que se quiso ayer, y eso se aplica perfectamente en nuestra vida profesional. Pero uno tiene que entender que tal vez haya algo más por detrás de los deseos.
Algo que muchas veces no se puede tener en claro así, de pronto, pero que se va quedando visible a diario, como una construcción. Todos los días nos sometemos a trabajar en nuestra obra, ladrillo por ladrillo hasta llegar en el acabado. Dificultades, ansiedad, crisis de relacionamiento, dudas que nos quieren dejar al borde del camino. Pero no se puede parar, no se puede dejar de desear. Si es una promoción o un empleo nuevo, si es un amor o hasta mismo el coche de los sueños, da igual. La magia de las cosas buenas es que ellas llegan a quienes van a por ellas. Si dejas de soñar, es cierto que no lo vas a lograr. Así que mantén el objetivo trazado y levántate de prisa si te caes. La atracción es lo que antecede el éxito, porque si con intensidad lo quieres, al fin lo atraes.
Por: Saulo Bueno